domingo, 15 de enero de 2012

ROMANCE DEL REY MIDAS ( I )

Cada día que pasa y me voy haciendo veinticuatro horas mayor, con una precisión meticulosa, por estar sujeto a la evolución del tiempo, no por otra cosa, voy advirtiendo la completa relatividad de las cosas; nada es objetivo u ontológico, que decían los aristotélicos, por decir algo.
Yo, antaño, era “yo y mis circunstancias”, como dedujo Ortega y Gasset (nunca tuve la certeza de si eran matrimonio o pareja de hecho); aunque por aquel entonces, que era un entonces tan revuelto como este entonces (será mañana), las parejas de hecho se ocultaban a los ojos de la sociedad porque estaban mal vistas y vivían dentro de un armario. ¡Qué estrecheces! Ahora, sin embargo, en este entonces, estos ciudadanos tienen su orgullo y todo, están muy bien vistos y ocupan puestos de mucha relevancia, como el Cerolo, no se vayan a creer.
Yo, como todo hijo de vecino, tenía mis propias circunstancias; no iba a ser menos que los demás. Por aquel entonces no tenía coches, chalés, pisos, etc… como algunos políticos de ahora; ni siquiera, una hípica con caballos clonados, como la del Presidente del Parlamento. ¡Qué, va! Por aquellos tiempos, eran precisamente, mis propias circunstancias las que me impedían tener otra cosa que no fuesen ellas mismas; eran muy suyas y, sobre todo, muy celosas. No admitían competencia de lujos y frivolidades, no fuera que las menospreciara a ellas.
Las circunstancias eran, a su vez, de una relatividad acojonante: las había desfavorables (las más) y favorables (las menos); pero yo las sufría o disfrutaba según su propia identidad y, como era más joven e inexperto que ahora, se me ocurrían pocos medios para aislarme de las mismas. ¡Qué más quisiera yo! (Sobre todo de algunas) Me faltaban recursos.
La circunstancia que más me jodió la vida fue la de mi nacimiento. No por el hecho de nacer, que mola, porque a esas alturas ya empiezas a estar harto de bucear en el líquido amniótico y empiezas a sentir la necesidad del aire y la luz, sobre todo la luz; por aquello de ver paisajes y personas; aunque después, en cuanto empiezas a berrear (no sé quién me lo pudo enseñar en el claustro materno) vienen, te cogen en brazos, te acunan, te achuchan, te besuquean… y, pues qué quieres, eso gusta, coño, gusta; aunque te baben y manoseen.
En realidad, la circunstancia nefasta fue la de venir a nacer en casa de mi padre Cecilio, el sastre, en lugar de nacer en casa de Onasis, por un ejemplo; todo hubiese sido distinto, a séase, diferente, por más señas. De darse esa bendita circunstancia, ahora sería un naviero potentado, que eso debe ser algo así como el despiporre de la fetén. Ni el ZP de los mismísimos, ni la Salgado, ni el dichoso Ruba, iban a tener cojones para cobrarme el Impuesto del Patrimonio; ¡pues no hay subterfugios cuando te sobra la pasta gansa! No les iba a dar ni un puto euro. Que sufran su crisis, coño; que yo no tuve parte ni en su nacimiento ni en su desarrollo y engorde. ¿No decían que no existía? Pero existe, coño, existe y eso jode; sobremanera a mí que estoy sufriendo las consecuencias de esta puñetera circunstancia y, encima, me viene últimamente otra que se las trae, la congelación de mi pensión (con lo que tuve que trabajar para ganármela).
La congelación, según los que entienden y el propio gobierno, es muy buena para la conservación de ciertas cosas, como carne y pescado; pero como ya se congelan los productos y mi pensión, no es cosa de congelar los precios también; estos se mantienen vivos y en constante crecimiento; de esta forma evitan que les podamos acusar de congelarlo todo. ¡Qué cosas tienen estos dichosos políticos que han cogido la sartén por el mango! ¡Qué cosas!
Claro que, si los antiguos profetas me hubiesen augurado una circunstancia favorable, como a Francisco Javier Guerrero, que era Consejero General de Trabajo en Andalucía y ahora disfruta otro chollo de mucho cuidado gracias a las dichosas profecías; si me hubiesen anunciado, siquiera, como amigo del interfecto, otro gallo me cantara.
Los hechos, más o menos, sucedieron tal y como lo cuento:

ROMANCE DEL REY MIDAS ( I )

Cuentan viejos pergaminos
escritos en lengua hebrea,
guardados en el Mar Muerto
en unas profundas cuevas,
maravillas del futuro
que predijeron profetas:
“Lamentos de Jeremías”
que predijeron las nuevas
para los malos, muy malos,
que pasasen por la tierra
robando vaca al vecino
para mamar de la teta.
Vaticinaba este vicio
y sus malas consecuencias:
guerras, con graves derrotas,
jueces, con duras sentencias,
políticos en picota,
incluso, las pestes negras.
Esta grave predicción
atribuía el Profeta
a todo arrebatacapas,
mamangurrio, robaperas,
trincón de pasta común,
lameculos, lametetas,
cultivador de cohechos
por cuenta propia o ajena,
trujamanes, raboalcaldes,
chupatintas, chupabrevas,
mamasueldos oficiales
y chupópteros por cuenta
de otros, que tienen posibles
por tener cuentas secretas.
A Sodoma y a Gomorra
por personas como ésas,
a más de vicios mayores
en asuntos de entrepiernas,
(cosas, dicen, “do carallo ”
allá, por tierras gallegas,
mariconada en Castilla,
por igualdad, tortillera;
si no, la exministra Sinde
y la Pajín se cabrean,
que en lo de cagar pa dentro
no puede haber diferencias;
hoy tienen su propio orgullo
y tienen su propia fiesta)
la divina inquisición
las condenó con la hoguera.

Son las “Lamentaciones
de Jeremías Profeta”
que, en los tiempos cuaresmales,
se recitan en la iglesia,
produciendo en los creyentes
ardores de penitencia
para evitar que Dios mande
sus rayos y sus centellas
y les dejen en cenizas
a las puertas de Cuaresma.
(Continuará)

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