jueves, 26 de marzo de 2015

ROMANCE DEL LEBREL (Memoria histórica de nuestra democracia)

Lo que distinguió a Borrell,
por encima de Solchaga,
fue su olfato. Podía oler
una peseta enterrada
en la sima más profunda
o en la más oscura cárcava.
Aunque a todo español guste
la peseta, por su gracia,
un catalán es experto
en percibirle fragancias
que ya quisiera Chanel
en sus potingues y salsas.
No había modo de esconder
ni un duro bajo la faja;
puesto que Pepe, el lebrel,
primero te olfateaba
los bolsillos, la cartera,
la bolsa y hasta la banca.
Olía cuentas secretas
o economía enterrada,
debajo de una baldosa
o viga, en la propia casa.
No hablemos del calcetín
por ser costumbre anticuada;
no hiciera falta un lebrel
para ese viaje ni albarda,
porque el calcetín se huele
fácilmente en la distancia.
Correveidile y lebrel
del Enano de Tafalla,
levantó duros, a espuertas,
cuando salía de caza.
Bien que le olió a Pedro Ruiz
los duros que se guardaba
por si cambiaban los vientos;
que a veces surgen borrascas
y cualquier vergel florido
se queda en tierra arrasada.
Pedro Ruiz es ahorrador
y, cuanto podía, ahorraba;
sudaba en televisión
por una pasta muy gansa;
con él, ni sudaba el fisco,
ni Pep Borrell, ni Solchaga.
¿Porqué habría de darles
dos tercios de la ganancia?
Sus colmillos, el lebrel,
prendió en sus partes bajas
y no desprendió el bocado
hasta que atuñó la pasta.
Llegó a husmear, el lebrel,
incluso bajo la braga,
al torbellino español
y Embajadora de España,
descubriendo que tenía
viejas cuentas atrasadas.
¡Pobre Lola, tan cogida!
¡Pobre Lola ,acorralada!
Rebuscaba en sus bolsillos;
ni una pela le quedaba.
El pan de los churumbeles,
alguna simple jarana,
algún fino el Pescadilla,
cuerdas para la guitarra
que, a veces, rompía la prima,
segunda, tercera y cuarta,
alguna joya sencilla
y alguna sencilla bata
con escote y faralaes,
que son los que dan la gracia
cuando se sale a la escena
a conmover las entrañas
del público que te espera
de faraona y de sultana,
se comieron los monises.
Ni una pela le quedaba
de los puñados de duros
que con salero ganara.
Nos pidió, a cada español,
un duro, para ayudarla
a evitar los tribunales,
con sus compungidas lágrimas;
mas terminó ante los jueces
pues no salió la jugada.

No tenía corazón
ni compasión demostraba,
el gran lebrel cazador,
perdiguero de Solchaga.
Husmeaba a todo quisque;
pero no husmeó a la Aída,
pues Filesa era inodora;
se la desodorizaban.


                            (18 de Marzo de 1998)

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