Hubo un tiempo
que a España
se la cruzaba
una ardilla
saltando de copa
en copa
de innumerables
encinas;
era España un
bosque inmenso
que, por cierto,
hoy no se estila.
El tiempo trae
mutaciones
siglo a siglo,
día a día,
y siempre acaba
la noche
cuando el alba
matutina
saca sus sabios
pinceles
y nos pinta un nuevo
día:
nos muestra los
montes, montes,
y el río que va
a la ría.
La sociedad
también cambia
porque cambia la
política;
hay tiempos de
vacas gordas
y tiempos de
vacas tísicas;
pero lo que
nunca falta
son chorizos y
salchichas,
butifarra blanca
o negra
o suculentas
morcillas:
son personas
avispadas
que terminan
embutidas
con los dineros
del pueblo
al que, a lo
puta, esquilman.
Por eso la
transparencia
viene a ser
imperativa;
debe descubrir
chorizos
que disfrutan la
gran vida,
mas, con disfraz de honorables
porque son casta
política,
que dicen servir
al pueblo
y, cebándose, lo
arruinan.
Recuerdo tiempos
pasados,
pero solo tras
la esquina,
cuando mandaba
González
en una nación
limpísima
manteniendo una
honradez
que era del
mundo la envidia
y al jeta, que
iba tapado,
transparencia
descubría.
Mariano, que el
Banco España
a lo tonto
presidía,
vino a meter su
dinero,
cual si fuese en
alcancía
en aquel Banco
Ibercor
con miembros de
su familia
esperando el
pelotazo;
más el banco
era filfa;
su presi lo
disfrutaba
viniendo a
acabar en ruina
y Mariano, sin
calzones,
enseñó las
pantorrillas.
Vergüenza del
Banco España;
vergüenza de
España misma;
vergüenza para
el Gobierno
y pa la clase
política.
Mariano terminó
en Cortes
para exponerse a
la crítica
un tanto
avergonzado
sin explicación
precisa.
Surgió el ángel
vengador,
paladín de la
justicia,
con su espada
flameante
de puro juez
progresista.
El tal Hernández
Moltó
que, en vocear,
se crecía,
se enfrentó a
Mariano Rubio
y en él desfogó
su ira:
--“Míreme fijo a
los ojos
y no me baje la
vista;
oprobio de los
banqueros
y de las clases
políticas.
Contésteme con
redaños
y con la verdad
precisa”--.
Ante el ángel
justiciero
Mariano se
diluía
como un
azucarillo
en una infusión
de tila.
Marino quedaba
en nada,
reducido a
pelotilla
y el Diputado
Moltó
se crecía y se
crecía,
como líder de
honradez
de las huestes
socialistas.
Con estos
méritos fue
a su Manchada
Castilla
el justiciero
Moltó;
allí, sus gentes
amigas
le regalaron la
Caja
que con poder
dirigía,
al ser listo de
cojones
y un gran
economista.
Viendo rebosar
dinero
que avalaban las
cartillas
de impositores
manchegos
que sus ahorros
metían,
pensó que lo
justo era
enriquecer, por
justicia,
a muchos de sus
amigos
y a alguna de
sus amigas:
créditos a manos
llenas;
no pedía garantías.
¿Para qué, si
son amigos
y gentes de gran
valía?
De lo contrario,
pensaba,
no serían
progresistas.
Así daba, al
buen tuntún,
los millones que
pedían
y les añadía un
plus,
pues pocos le
parecían.
Por otra parte,
Barreda,
Presidente
socialista,
les daba
contrataciones
en mercadeo de
risa.
Entre tanta
incompetencia
en temas de
economía,
Bono se forró el
riñón;
muchas empresas
se hundían.
El dinero que
Moltó
regaló con
alegría,
porque Barreda y
amigos
en la juerga
divertían,
se estableció en
el carajo
pero de allí no
volvía.
Así, Moltó los
balances
con beneficio
exponía
y las pérdidas
de Caja
con sutileza
escondía.
Al final el
Banco España
la Caja en venta
ponía
y, porque
comprase alguien,
ya que a nadie
apetecía,
puso nueve mil
millones
para hacerla apetecida;
así se salvó la
Caja
que Moltó dejó
en la ruina.
Mariano, tras el
juzgado,
se empadronó en
celda fría
a sufrir con su
conciencia
porque, él, sí
la tenía.
Hoy le toca al
gran Moltó,
justiciero y
socialista,
al que sentencia
el juez Ruz
y en una cárcel
le alista,
por creerse
prepotente
cuando era un
simple quídam.
Su gestión de
amiguismo
llevó la Caja a
la ruina.
Pero dos años y
medio
son una pena de
risa
para un ángel
vengador
que a Rubio
imponía justicia.
(Calpe, 25 de Octubre de 2014)