miércoles, 17 de septiembre de 2014

ROMANCE DEL HUEVO NEGRO DE PUJOL

En País inexistente,
muy moderno y democrático,
celebraron elecciones
hace un puñado de años.
Tras una dura campaña
entre tirios y troyanos,
vino a ganar en las urnas
tras los votos bien contados,
un  hombre muy gordezuelo,
muy orondo y muy retaco,
que era más fácil saltar
que tratar de rodearlo.
Mitineó mil promesa
con un tono reposado
en catalán académico,
rechazando el castellano;
un idioma de charnegos
que pensaba estar sobrando.
De todas las sus promesas
algunas fue realizando;
pero una hizo de lujo:
dijo que iba para calvo
y hoy podemos comprobar
que el pelo está abandonando.
Siendo, él, Molt Honorable
se hizo “hombre de estado”;
pero tenía un problema,
que negociaba guiñando;
un ojo movía nervioso
mientras el otro parado.
Cuando con los constructores
negociaba los contratos,
parecía que partida
de mús estaban jugando
y, viendo aquel parpadeo,
el constructor afectado
pensaba tenía juego
y le soltaba amarracos.
Como la pela es la pela
y caben muchas en sacos,
Jordi afanaba, enseguida,
el montón de amarracos
y se los llevaba a Andorra
por no ocupar un espacio
en un banco muy español
pues se acaba tributando;
al Estado, solo votos
según precios de mercado.
Aquel tic le era rentable
y Jordi se iba forrando
ganando en todas partidas
buen puñado de amarracos;
pero sentía complejo
y también cierto reparo
cuando iba a la Moncloa,
entrar en ella guiñando;
podría pensar González
que él le estaba tentando
con la tirada del tejo
y se hubiese molestado.
Un buen día, un buen amigo
de esos que estaban forrados,
pues con mindundis no trata
al estar tan elevado,
le dijo: --“Tú vete a Andorra;
Adelina hace milagros.
Es una meiga gallega
que, cobrando cuatro cuartos,
te hace limpieza de aura
y te deja inmaculado;
quita los males de ojo
como el podólogo un callo”--.
Aunque parezca mentira
este hombre, bien formado,
confió a la brujería
su defecto destacado
y, a lo mejor, un casual,
le limpiase los pecados
que esos, sí que eran gordos
con lo que estaba afanando.
Adelina le pasaba
huevo por hombro y sobaco
y, en él, todas las maldades
se le iban concentrando
quedando la yema negra
y el ojo se iba parando;
mermaba velocidad
y descansaba algún rato.
Entusiasmado Don Jordi
con los efectos logrados.
Solo cobraba Adelina
la voluntad por trabajo
y él le daba veinte euros;
porque Jordi es tan avaro
que nunca le paga a nadie
y siempre se hace invitado.
Vio que Adelina era un chollo;
la buscó un piso barato
cerca de él, en Barcelona,
y le buscaba trabajos
mandándole a sus amigos
porque les fuese limpiando;
las yemas rojas a negras
y todos purificados.
A los amigos cobraba
Jordi, por adelantado,
y se quedaba el cincuenta
por ciento en cada trabajo,
ya que la pela es la pela
y él era comisionario.
Adelina era adivina;
solo adivinaba a ratos,
por eso tardó algún tiempo
en descubrir el maño:
Don Jordi hacía negocio
y ella hacía el trabajo.
Así que cogió el petate,
los huevos, aún colorados,
y marchó para Galicia
a purificar paisanos,
dejando a Jordi Pujol
muy triste y desesperado.
Las cañas se han vuelto lanzas.
Un juez anda rebuscando
las cuentas de la familia
para descubrir los sacos
e ir sumando las cuantías
que fueron apalancando.
Pujol, sin el huevo negro,
anda el pobre acojonado.
¡Ay, si volviese Adelina
y le huevease el mal fario!

    (Madrid, 11 de Septiembre de 2014)


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