En País
inexistente,
muy moderno y
democrático,
celebraron
elecciones
hace un puñado
de años.
Tras una dura
campaña
entre tirios y
troyanos,
vino a ganar en
las urnas
tras los votos
bien contados,
un hombre muy gordezuelo,
muy orondo y muy
retaco,
que era más
fácil saltar
que tratar de
rodearlo.
Mitineó mil
promesa
con un tono
reposado
en catalán
académico,
rechazando el
castellano;
un idioma de
charnegos
que pensaba
estar sobrando.
De todas las sus
promesas
algunas fue
realizando;
pero una hizo de
lujo:
dijo que iba
para calvo
y hoy podemos
comprobar
que el pelo está
abandonando.
Siendo, él, Molt
Honorable
se hizo “hombre
de estado”;
pero tenía un
problema,
que negociaba
guiñando;
un ojo movía
nervioso
mientras el otro
parado.
Cuando con los
constructores
negociaba los
contratos,
parecía que partida
de mús estaban
jugando
y, viendo aquel
parpadeo,
el constructor
afectado
pensaba tenía
juego
y le soltaba
amarracos.
Como la pela es
la pela
y caben muchas
en sacos,
Jordi afanaba,
enseguida,
el montón de
amarracos
y se los llevaba
a Andorra
por no ocupar un
espacio
en un banco muy
español
pues se acaba
tributando;
al Estado, solo
votos
según precios de
mercado.
Aquel tic le era
rentable
y Jordi se iba
forrando
ganando en todas
partidas
buen puñado de
amarracos;
pero sentía
complejo
y también cierto
reparo
cuando iba a la
Moncloa,
entrar en ella
guiñando;
podría pensar
González
que él le estaba
tentando
con la tirada
del tejo
y se hubiese
molestado.
Un buen día, un
buen amigo
de esos que
estaban forrados,
pues con
mindundis no trata
al estar tan
elevado,
le dijo: --“Tú
vete a Andorra;
Adelina hace
milagros.
Es una meiga
gallega
que, cobrando
cuatro cuartos,
te hace limpieza
de aura
y te deja
inmaculado;
quita los males
de ojo
como el podólogo
un callo”--.
Aunque parezca
mentira
este hombre,
bien formado,
confió a la
brujería
su defecto
destacado
y, a lo mejor,
un casual,
le limpiase los
pecados
que esos, sí que
eran gordos
con lo que
estaba afanando.
Adelina le
pasaba
huevo por hombro
y sobaco
y, en él, todas
las maldades
se le iban
concentrando
quedando la yema
negra
y el ojo se iba
parando;
mermaba
velocidad
y descansaba
algún rato.
Entusiasmado Don
Jordi
con los efectos
logrados.
Solo cobraba
Adelina
la voluntad por
trabajo
y él le daba
veinte euros;
porque Jordi es
tan avaro
que nunca le
paga a nadie
y siempre se
hace invitado.
Vio que Adelina
era un chollo;
la buscó un piso
barato
cerca de él, en
Barcelona,
y le buscaba
trabajos
mandándole a sus
amigos
porque les fuese
limpiando;
las yemas rojas
a negras
y todos
purificados.
A los amigos
cobraba
Jordi, por
adelantado,
y se quedaba el
cincuenta
por ciento en
cada trabajo,
ya que la pela
es la pela
y él era
comisionario.
Adelina era
adivina;
solo adivinaba a
ratos,
por eso tardó
algún tiempo
en descubrir el
maño:
Don Jordi hacía
negocio
y ella hacía el
trabajo.
Así que cogió el
petate,
los huevos, aún
colorados,
y marchó para
Galicia
a purificar
paisanos,
dejando a Jordi
Pujol
muy triste y
desesperado.
Las cañas se han
vuelto lanzas.
Un juez anda
rebuscando
las cuentas de
la familia
para descubrir
los sacos
e ir sumando las
cuantías
que fueron
apalancando.
Pujol, sin el
huevo negro,
anda el pobre
acojonado.
¡Ay, si volviese
Adelina
y le huevease el
mal fario!
(Madrid, 11 de Septiembre de 2014)
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